No concibo la primera semana del mes de agosto sin visualizar Galicia, terra do meu pai, que diría Julio Iglesias. Mi vinculo con este lugar, concretamente con la pequeña localidad fronteriza de Entrimo (Orense), tiene sus orígenes en el repentino ataque de morriña que, hará más de una década, condujo a mi tía María Rosa a volver al pueblo natal de mi abuelo. Por algún extraño motivo me he convertido en su fiel acompañante, junto a mi tío José, en esta especie de peregrinación anual a lo que Elena y sus amigas definen como lo enxebre (lo puro, lo tradicional, lo intrínsicamente gallego).
Alejarse de la ciudad produce en mi una especie de paz interior que me lleva a apartarme de mis complejos de urbanita para tornarme un hombre más serio y respetable. Mi estancia en el pueblo es una excusa para el desarrollo de vicios mayormente rurales como lo son pasear, fumar lento y leer el ABC. Este periódico, frecuentemente denostado por la progresía, es el compañero ideal para las mañanas soleadas de bar y cafelito, más aún si incluye secciones de tan elevado encanto como España, camisa blanca donde el amigo Salvador Sostres entrevista a la flor y nata de la pell de brau. Las entrevistas de Sostres transmiten algo que cuesta describir, una mezcla entre bizarría y fe, nostalgia y serenidad. Entre los protagonistas, gente tan dispar como Carlos Herrera, Maria del Mar Bonet o el Padre Apeles. Es la entrevista a este último la que me lleva a hacer algo que nunca ante me había planteado: entrevistar a un cura.
Tras la misa por la Asunción de la Virgen María (15 de agosto) alcanzo al sacerdote Hildebrando Gaviria Rincón (Boyacá, Colombia, 1980) con la intención de que me conceda una entrevista. Lo hace encantado y quedamos para el día siguiente. Sentados en un banco de piedra a la puerta de la iglesia de Santa María la Real, enciendo la grabadora dando por empezada la entrevista más espiritual que he realizado hasta el momento.
Recomiéndeme una película.
La misión. Me encanta que el protagonista lleve siempre esa mochila tan cargada, me parece un buen ejemplo. A veces lo tenemos todo para ser libres y seguimos cargando. Mire, el dolor de las personas suele deberse a que no han sido capaces de perdonar o no son capaces de pedir perdón.
Y un libro.
Las confesiones de San Agustín. Es una bella biografía de todos aquellos seres humanos que se sienten amados por Dios. Yo antes de ser lo que soy fui una persona que vivió una etapa de juventud en la que estuve lo más alejado de la Iglesia que pude. Como San Agustín yo buscaba la verdad, algo que llenara realmente mi corazón en sentido estricto pero no lo encontraba.
Y entonces vino la fe.
Todos tenemos el don de la fe, hay que atreverse a ponerla en práctica. Yo sé sumar pero solo lo demuestro cuando sumo. Con la fe pasa lo mismo, ¿cuándo pongo en práctica la fe? En los momentos de contrariedad que existen en la vida de cualquier ser humano: incomprensión, soledad, dolor, angustia, alegría.
¿La alegría?
Si no tenemos con quien compartirla se puede convertir en algo negativo. Nosotros, los seres humanos, somos tan complejos que nos creemos muy grandes cuando somos sencillitos y vulnerables.
No somos nada...
Yo como ser humano estoy dentro de una realidad que se llama creación y no soy ni tan grande ni tan pequeño.
¿Cómo llegó aquí?
Los sacerdotes me dijeron que tenía la oportunidad de quedarme en Colombia o irme a estudiar a España. Nunca en la vida se me pasó por la cabeza la idea de salir de Bogotá. Quiero muchísimo Bogotá. Pero me tocó dejar todo lo que yo tenía para seguir a mi vocación. Yo no lo decidí.
¿?
Yo se que Dios actúa a través de seres humanos que él coloca para que nos puedan ayudar. Fue su voluntad, no mi capricho.
Y llega a España.
Al seminario de Olías del Rey (Toledo) donde viví con los miembros de una congregación que se llama Operarios del Reino de Cristo. Estuve un año con ellos. Después fui a Zaragoza. Pero enfermé.
¿Algo grave?
Una otitis. Regreso a Colombia y me doy cuenta de que el sacerdocio no es para mi.
Vaya.
Para ser sacerdote no solamente se necesita tener vocación. Hay que poder rendir a nivel académico y físico.
Como una estrella de Rock.
Es necesario estar a tope. Y en ese momento yo no podía.
Pero yo le veo con sotana.
Volví a España para trabajar. En Zaragoza me habían contado que Galicia se parecía mucho a Colombia.
¿Y qué hizo?
Decido venir a Galicia y me doy cuenta de que es verdad, se parece muchísimo al lugar de donde vengo: su gente, su tradición, su sencillez… Me puse a trabajar en una frutería de Orense aunque en Colombia yo era chef.
Hasta que…
Un día en misa me viene a la mente la idea de volver al sacerdocio. Miré a la virgen y le dije: “madre, si es de gracia de Dios que yo sea cura, anímame a preguntarle al sacerdote qué se necesita para serlo”.
Y le animó.
Sí, volví al seminario y me acabaron ordenando sacerdote hace dos años. Y aquí estoy con nueve parroquias (ríe).
¡Nueve!
Seis parroquias en Entrimo y tres en Lobios.
No debe dar abasto.
Uno hace lo que puede. En la mañana puedes estar celebrando un bautizo, que es algo festivo, y el sacerdote debe compartir con los fieles su alegría porque una nueva persona entra a formar parte de nuestra familia como hermanos en la fe. Pero, esa misma tarde, puedes encontrarte con un funeral.
La implicación emocional es mucha.
Hay que saber estar con las personas, entenderlas, sufrir con ellas o reír cuando sea el momento. Saber decir la palabra adecuada. La alegría o el dolor de los fieles me afectan. Muchas veces, en la noche, he de pedirle al señor que me ayude. Y, a parte, una parroquia es una familia y todas tienen sus problemas, sus tira y afloja.
Y más con nueve familias.
Todas ellas únicas y bellas en sí mismas. Dan mucho trabajo pero lo hago por amor vocacional, es la única forma. Eso es lo bonito.
Ve alguna similitud entre su oficio de chef y el sacerdocio?
No. Son distintos. En la cocina uno hace su trabajo y lo hace por amor, pero no deja de ser un empleado con su horario. En cambio los sacerdotes nos implicamos totalmente.
Dios no entiende de horarios.
Ni días festivos ni nada de eso. Cuando unos celebran su descanso, nosotros les ayudamos a que obtengan la paz espiritual.
Esto tiene mucho mérito.
El que hace el milagro no es el cura, el que habla bien tampoco es el cura y las palabras del cura no llenan el alma, no sanan las heridas del alma. El que sana es el espíritu santo a través de las palabras del cura. El sacerdote es eso, un medio.
¿Cuál es el papel de la iglesia a día de hoy?
Es fundamental. Nuestro papel es decirle a la gente que hay alegrías grandes y bellas pero que se fugan muy fácilmente, se escapan. Y a veces estas alegrías nos dejan incluso más vacíos.
¿Por qué?
La respuesta es sencilla, mire, Dios es el único que colma los deseos del ser humano. Dios colma, plenifica, sacia y te da una paz, una alegría, que solo él puede brindar. Aquí en España hay mucha gente mayor.
Una población envejecida.
Son personas a las que se debe tanto… Han hecho tanto por la sociedad… Y en este momento se les ve a ellos como si no valieran nada, retirados, solitos, olvidados. La Iglesia está dando alivio a esos corazones que lo dieron todo y que ahora se preguntan “quién soy yo”.
El Sol empieza a ponerse entre las montañas gallegas y con un gesto amable Hildebrando da por acabada la entrevista. Nos despedimos y abandono la iglesia con una extraña sensación de paz, de armonía. Unos días después me invita a un café. es un buen hombre.
El Sol empieza a ponerse entre las montañas gallegas y con un gesto amable Hildebrando da por acabada la entrevista. Nos despedimos y abandono la iglesia con una extraña sensación de paz, de armonía. Unos días después me invita a un café. es un buen hombre.
Joan Simó
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